Aleix
vio que estaba dentro de un monasterio, pero no un monasterio
cualquiera, sino que estaba en el monasterio de su ciudad: el
monasterio de San Cucufato, en Sant Cugat del Vallés.
Pero
estaba algo cambiado, le faltaban los bancos, los muros de mármol
que cubrían el altar y éste mismo, pero si que había una especie
de ordenador enorme con miles de botones.
Aleix
vio a Mercé delante de ese gran ordenador, también vio como
empezaba a tocar botones sin parar. Aleix se acercó a ella y empezó
a ayudarle.
—Debemos
encontrar la forma de colocar el virus S—dijo Mercé.
—Nadie
tocará mi preciado virus—dijo una voz cerca de ellos.
En
mitad de la sala había un ser, parecía humano, vestía un mono
negro que le cubría todo el cuerpo menos los ojos. Tenía unas botas
del mismo color, pero tenían rayas celestes. Llevaba también un
chaleco, con las mismas características que las botas, el chaleco le
llegaba hasta la cintura, por delante, pero hasta las rodillas por
detrás. En la cabeza llevaba una corona de platino.
—Aleix—dijo
Pro,—es R.
—Yo
le entretengo, tú continúa—le dijo Mercé.
En
ese momento Mercé empezó a lanzarle bolas de plasma sin parar
mientras avanzaba lentamente, con el bate sujetado en una axila.
Aleix empezó a teclear con el megaordenador.
—Aleix—dijo
Pro,—abre la caja del virus S.
Aleix
buscó la pequeña caja y la abrió. Solo contenía una pequeña
memoria USB. Aleix buscó un puerto para conectarlo, y vio uno unos
minutos más tarde. Conectó la memoria y miró en sus archivos.
Solo
contenía un archivo de texto. Lo abrió y vio escrito solo un
párrafo.
—Está
escrito en pascal, supongo que debo encontrar el programa que
contiene a R.
Aleix
buscó por todos los archivos. Mientras lo hacía, oía y miraba de
reojo como su amiga se las apañaba. En ese momento R empezó a sacar
unos pequeños fragmentos de sus manos que Mercé esquivó. Pero esos
fragmentos se dirigían a Aleix, por lo que Mercé no tuvo otra que
intentar evitar que lo alcanzasen.
Aleix
seguía buscando con las prisas en los dedos. Al rato, mientras Mercé
le protegía de aquellos fragmentos, encontró el archivo y lo abrió.
Empezó a buscar el lugar adecuado. Al encontrarlo, copió el párrafo
que contenía a S y lo pegó en un trozo de R. Compiló la
modificación, pero saltaba un error.
Aleix
volvió a leer la parrafada una y otra vez hasta hallar el error.
Cuando lo encontró, lo corrigió y volvió a compilar. Esta vez
funcionó, solo hacía falta ejecutar la nueva programación. Aleix
no esperó y ejecutó el nuevo programa.
Acto
seguido, los pequeños fragmentos que sacaba R de sus manos empezaban
a desaparecer. Comprendieron que esos fragmentos eran parte del virus
R, y al mismo tiempo vieron que R cambiaba su expresión.
Aleix
y Mercé se prepararon para atacar, pero R les frenó.
—Osáis
enfrentaros a mí, el gran R—dijo R,—os felicito por lo del
virus, pero eso en realidad no es nada. Yo soy quién debéis temer.
—He
podido contigo yo sola—dijo Mercé,—imagina ahora que somos dos.
—No
me empleaba a fondo, tú si—le replicó R.
—Ya
claro—dijo Mercé,—y yo soy gilipollas.
En
ese momento R hizo aparecer una sierra de cadena en su mano derecha,
ésta se iluminó por su hoja, se alargó y atravesó el brazo
derecho de Mercé. Éste cayó al suelo, pero no salía sangre, sino
fragmentos rojos. La sierra de cadena volvió a su estado común y R
dijo:
—Sí,
eres gilipollas.
Mercé
se agachó, Aleix corrió en su ayuda.
—¿Estás
bien?—le preguntó.
—Aunque
seamos avatares, esto duele—le contestó ella,—pero también
tenemos trucos.
Mercé
corrió hacia R, éste intentó golpearla, pero Mercé tenía a la
agilidad como su punto fuerte. Mercé, estaba a sus espaldas, saltó
y se ató las piernas rodeando la cintura de R y su brazo al cuello.
—Pro,
destrúyeme—dijo ella.
En
ese momento se vio como Mercé explotó en miles de pedazos,
provocando que a R solo le faltaran las piernas.
—Pro,
¿ella está bien?—preguntó Aleix.
—Sí,
está saliendo de su cabina. Pero creo que su sacrificio ha sido en
vano.
En
ese momento, Aleix vio como R volvía a recomponerse. Pasaron unos
minutos hasta que R estuvo en su forma total.
—Pero,
¿como...?—empezó Aleix.
—Verás
Aleix, yo vengo del mismo lugar que tú. Hace tiempo creé este mundo
para una buena razón, pero cuando entré, vi lo que podía hacer. Me
decidía a tomar las riendas, quedarme hasta hacerme los
suficientemente fuerte para así, un día volver y gobernar la
humanidad a mi modo.
—¿Por
qué?
—La
humanidad, como concepto, está dejando de existir. Pero todavía no
es tarde, podemos hacer algo.
—¿Y
la segunda oportunidad?
—Ya,
pero sabes de sobra que...—volvió R, se quitó su corona y el
pasamontañas para dejarse ver el rostro. Era Pau, el hermano de
Aleix,—...yo no creo en las segundas oportunidades.
Continuará.
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