Muchas historias comienzan y
acaban en solo un par de palabras, pero otras se hace muy extensas.
Éstas tienen un origen y un final con un camino que se forma en años
y han terminado por tener fragmentos hundidos en el misterio. Y la
historia que os traigo hoy es una de ellas. Una leyenda que ha
transcurrido por el paso de los años, y aunque parezca irreal...es
cierta.
Como toda historia, hay un
comienzo con una fecha exacta, y ésta comienza en Nueva York,
exactamente el 16 de febrero del año 2013. Eran cerca de las doce de
la noche cuando una silueta tapada por una capucha negra entra en un
bar del Bronch. Dicha silueta, causa un silencio al entrar, un
silencio que dura unos pocos segundos.
Cuando el establecimiento cobra
sus murmullos de la gente que estaba en él, el encapuchado va hacia
una mesa, una mesa donde estaba sentado un hombre custodiado por
otros dos hombres algo más grandes.
—Déjame
pasar—dijo el encapuchado a uno de los guardaespaldas.
—Ya
le has oído—dijo el hombre de la mesa,—puedes fiarte de él.
El
guardaespaldas hizo caso y se apartó, el encapuchado sigue su camino
hasta sentarse en el lado opuesto de la mesa.
—Me
alegra verte, Qwerty—dijo el hombre.—Supongo que ya has hecho el
trabajillo que te mandé.
—Vengo
a cobrar la otra mitad—dijo el encapuchado.
—Ya,
eso supongo, pero antes tómate algo, invita la casa.
En
ese momento, el hombre hizo un gesto y una camarera trajo un par de
jarras llenas de clara, una bebida que consta de cerveza y limón.
Qwerty tomó una al mismo tiempo que el hombre tomó la otra,
brindaron y los dos dieron un trago.
—Me
gustan las claras—dijo Qwerty,—sobretodo cuando les meten veneno.
—¡Vaya!,
deduzco que son ciertos los rumores de que eres inmune al veneno.
—Y
no te culpo por comprobarlo—dijo Qwerty apartando la jarra,—aunque
intuyo que no querías comprobarlo.
—Entiéndelo—dijo
el hombre sacando una pistola y apuntando a Qwerty,—la cantidad que
pediste fue exagerada, con suerte pudimos pagarte la primera mitad y
casi no me llega para los míos.
—Algo
se te ocurrirá, al fin y al cabo eres el capo de una banda. Y sino,
no haberme contratado, ese trabajillo podríais haberlo hecho vosotros, pero me pedisteis a mí que lo hiciera porque nadie lo
hace mejor en este mundo que cierto servidor.
—Tú
lo has dicho, pero aunque nadie sepa tu rostro y a pesar que eres el
mejor mercenario que nadie pueda contratar, hay un precio por tu
cabeza.
—¿Sabes?,
es curioso que digas que no puedes pagar la segunda mitad, porque sé
que toda esta gente es de tu supuesta familia, sé que este garito
español de mala muerte también es tuyo. Y ahora mismo estoy sumando
todo.
—¿Qué
quieres decir?
—Muy
sencillo, la caja registradora, vuestras billeteras, cuentas
bancarias,etc. Esa suma da el doble del precio puesto al inicio, lo
que significa que si cogéis un cuarto de esa suma la deuda estará
pagada.
—¿Cómo
lo sabes?
—Tengo
mis trucos.
En
ese preciso instante todos los individuos que estaban en el bar
empezaron a sacar sus armas. Pístolas, revólveres, escopetas...
Todas apuntando a Qwerty.
—Creo
que te has equivocado al venir aquí amigo—le dijo el hombre.
—Ya
veo—dijo Qwerty poniendo su dedo sobre el borde de la jarra,—pero
yo no me he equivocado al venir aquí, sino que vosotros os habéis
equivocado al no pagarme porque hay algo que no sabéis—cogió la
jarra y se tragó el resto de la clara que contenía,—y ese algo
que no sabéis es que la oscuridad es traicionera.
Justo
al decir eso, el bar se llenó de oscuridad durante un segundo.
Pasado ese tiempo, todos los que había en el bar, a excepción del
hombre y de Qwerty, estaban en el suelo muertos por enormes zarpazos que los habían desangrado. Sus billeteras estaban vacías y sus
armas en el suelo. La caja registradora estaba abierta y vacía.
Qwerty estaba en el mismo sitio solo que tenía los pies encima de la
mesa y estaba contando un buen fajo de billetes.
—Revisa
tus cuentas bancarias y todo lo que quieras—le dijo Qwerty al
hombre—ya no te queda nada, no has querido pagar y la ruina te ha
venido encima.
El
hombre empezó a disparar, pero vio que ninguna de las balas surgía
efecto sobre Qwerty.
—¿Quién
eres?—dijo el hombre asustado.
—No
me llamo Qwerty...
En
ese momento, las sombras del hombre empezaron a elevarlo unos metros.
Algunas de ellas empezaron a meterse por la boca, la nariz y las
orejas provocando un gran dolor en el hombre. Qwerty bajó su capucha
dejando mostrar el rostro de un joven de diecisiete años de edad con
una melena marrón y cubierto solo por unas gafas negras con trece
púas.
—Me
llamo Musha.
Dicha
esa frase, las sombras que estaban en el interior del jefe de la
banda empezaron a salir por todo el cuerpo teniendo aspecto de unas
enormes púas sangrientas. Musha hizo un gesto y las púas de sombra
partieron en pedazos al jefe para rematarlo.
Musha
volvió a ponerse su capa, se fue detrás de la barra y vio a la
misma mujer que antes le había servido las jarras de clara aturdida.
Musha se agachó, le corrió un flequillo hasta ponerlo detrás de su
oreja y luego le dio un par de bofetadas.
—¡Despierta!—le
dijo.
La
mujer se despertó frotándose las mejillas, se levantó y vio el lugar
de la escena.
—¿Qué
ha pasado?—preguntó.
—Supongo
que mi movimiento darkness te
ha aturdido, pero tranquila, sabía que no eras de su banda desde que
entré—le respondió Musha.
—¿Sabes
lo que has hecho?—se quejó la chica.
—De
sobras.
—Soy
agente del FBI, llevábamos tras esta banda años y tú vas y los
matas en un segundo.
—Vaya,
¿desde cuando la APM hace que sus agentes se pasen por agentes de
otras agencias para que tengan una tapadera dentro de una banda?
—¿Pero
cómo has...?
—Porque
soy Qwerty—le dijo Musha,—aunque si eres de la APM, significa
que no estás por ellos sino por mí.
La
agente estaba cada vez más sobresaltada.
—Veo
que buscas saber como lo he averiguado, muy sencillo—empezó
Musha.—Tanto los objetivos de la FBI como de la APM y otras
agencias son mayores que una banda. Y la única capaz de llegar hasta
mí es la APM, ¿y sabes porqué?
—Todos
lo sabemos, trabajaste para nosotros hace años.
—¿Y
qué queréis ahora?
—Regi
te espera en tu apartamento.
Aunque
no lo parezca, Musha creía que no sabría de la Agencia de Protección
Mundial en años, y menos del Capitán General Rubeus Regi.
Continuará.
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