Aleix y Mercé llevaban
varias de semanas entrenándose en las instalaciones de los Pro38. El
avatar de Mercé estaba casi listo para poder usarse.
El uno de septiembre del
mismo año, les condujeron a una sala donde empezaron a explicarles
la misión que debían hacer.
—Durante
los últimos meses—empezó Pro,—el virus ha empezado a contagiar
a todos que habita ese submundo. Pero ya lo teníamos previsto, por
eso vuestro entrenamiento a tenido más duración.
En
ese momento, Sabio entró. Era un hombre sentado en una silla de
ruedas dirigida por unos mandos muy sofisticados.
—La
misión consta de llegar a donde empezó ese virus, y nuestros
últimos datos sitúan que empezó en las coordenadas x13 y04 z15.
—Pau
se quedó ceca de esos puntos—continuó Pro,—en algo llamado el
Tártaro. Allí será donde apareceréis, os guiaremos para llegar a
ese punto lo más rápido posible. Cada uno de vuestros avatares trae
consigo una muestra de nuestro virus S.
—¿Qué
es?—pregunto Aleix.
—Un
complemento altamente destructivo, tanto como R. Pero solo tiene una
función: fusionarse con el virus R—empezó a explicar Sabio,— y
esa fusión crea lo altamente destructivo, pero solo afecta al virus,
no a quien lo lleve.
—¿Preguntas?—dijo
Pro.
—Solo
un par—dijo Mercé,—la primera: si me habéis hecho un avatar,
¿por qué no os habéis hecho uno a vosotros y os ahorraríais
meternos?
—Lo
hicimos—respondió Pro,—pero todos cayeron, y ene se mundo solo
se puede tener un avatar, así que nadie de los Pro38 puede volver
allí. Y cómo Aleix tenía un ADN bastante compatible con su
hermano, solo requería unos cambios poco importantes.
—Eso
me deja a mi una pregunta—dijo Aleix,—si tuvisteis vuestros
avatares e hicisteis el Sueño Asaético, eso implica que vuestros
avatares murieron. ¿Por qué mi hermano no volvió?
—Porque
nuestros avatares tenían un mecanismo de seguridad que tu hermano no
tenía, la autodestrucción. Autodestruir nuestros cuerpos hacía
volver nuestra alma y nuestra mente. Pero Pau no lo tenía, su avatar
se murió, y su alma y mente quedaron atrapadas en ese submundo,
esperando volver. Pero no le podemos dejar entrar.
—Por
lo de R—comprendió Aleix.
—Así
que inhabilitar el virus, podría hacer volver a Pau también—terminó
Sabio.
—Segunda
pregunta—siguió Mercé,—¿por qué aparecernos en el lugar en
que Pau murió como avatar?
—Nosotros
no llegamos tan cerca, Pau sí—respondió Pro.
—La
autodestrucción—empezó Aleix,—solo se usa en caso de que R esté
a punto de entrar, supongo.
—Sí—afirmó
Pro,—y ahora Sabio os dirá la equipación que tendréis en
vuestros avatares.
—En
primer lugar—empezó Sabio mostrando una pantalla,—ambos
vestiréis con atuendos a vuestras nacionalidades, como la costumbre
que soléis tener. Cada prenda de ropa no solo es cómoda para el
movimiento, sino que os protegerá de las balas y el fuego. No
sabemos qué encontraréis allí, así que os hemos puesto armas.
Aleix, tú llevarás un dispositivo en el brazo izquierdo que te
permitirá disparar cuatro proyectiles diferentes. También te hemos
puesto un bate para el cuerpo a cuerpo. Mercé, tu tienes un arma
peculiar, un bumerán que se puede usar como pistola de plasma,
además de un cuchillo, que lleva unos mecanismos que te permiten
recuperarlo en caso de que lo lances, y una tonfa. Para comunicarnos
con nosotros, vuestros avatares tienen unos dispositivos en el oído,
boca y ojo.
—Muy
bien—volvió Pro,—mañana entraréis, debéis descansar esta
noche.
Aleix
y Mercé se fueron cada uno a sus habitaciones. Se metieron enseguida
en la cama, porque el día de mañana les esperaba lo más duro y
doloroso que jamás iban a tener, según ellos creían.
A
la mañana siguiente, habiendo desayunado, los dos amigos fueron
conducidos a una sala donde tenían tres cabinas con forma de tubo.
Una de las cabinas estaba ocupada por Pau. Las otras dos estaban
vacías.
Aleix
vio a su hermano, en ese momento Mercé le puso la mano encima del
hombro.
—Tranquilo,
ya verás como volverá—le dijo.
Aleix
vio que en una de las paredes de esa blanca sala había un vidrio.
Supuso que detrás estarían las computadoras de mandos para el Sueño
Asaético.
Ambos
se metieron en las cabinas y vieron como el cristal curvado de cada
una empezaba a descender hasta cerrarse. Después, cada uno notó los
pies y las manos atadas con una barra de acero. Lo mismo sucedió con
la frente de la cabeza.
—Es
por seguridad—les tranquilizó Pro a través de los auriculares de
la sala.
En
ese momento notaron como un gas empezaba a expandirse dejándolas
dormidos. Aleix notó como los auriculares empezaban a sacar las
palabras de Pro diciendo: “escaneando usuarios”, “transfiriendo
datos” y “virtualición”.
Aleix
notó como la luz le venía, notó muchas turbulencias y una fuerte
brisa. Cuando todo eso terminó, vio que estaba en un lugar
siniestro, una caverna de tierra negra con agua demasiado azul.
Vio
que vestía una camisa de la selección española de fútbol con el
número 13 y su nombre, unos pantalones cortos blancos, en la mano
derecha un guante que solo le cubría la mano, el dedo índice y
parte del corazón y anular. En el brazo izquierdo vio que tenía dos
brazaletes, uno en la muñeca y otro en el codo, unidos por cuatro
saetas de colores dorado, cían, naranja, y platino. Pero al ver los
pies, vio que le faltaba el pie izquierdo y parte de la pierna.
—Pro,
creo que ha habido un problema—dijo Aleix.
—Lo
sabemos Aleix, lo estamos solucionando. Por desgracia, como ya has
entrado en tu cuerpo no podemos añadirte una pierna de carne.
Aleix
vio como en el resto de la pierna que le faltaba empezaba a aparecer
una prótesis que constaba de una barra de acero con una suspensión
negra y un pie de plástico cubierto por el resto del calzado, unas
botas de montaña. Vio que en el suelo estaba el bate que le
pertenecía y lo cogió. Miró a sus alrededores y vio a Mercé a
unos metros.
Cuando
se reunió con ella, vio que estaba vestida con una camisa gris con
dos estampados, un águila cogiendo un planeta con tres órbitas por
delante y la bandera de los Estados Unidos por detrás. Tenía unos
pantalones tejanos que le llegaban a las rodillas, unas botas
militares negras, el mismo guante en la mano izquierda, un brazalete
que parecía la señera catalana y una banderín de España que daba
media vuelta a su cintura. También vio en su brazo izquierdo la
tonfa y en el otro lado de la cintura la vaina con el cuchillo, el
cual tenía un anillo en la empuñadura.
—Bien
chicos, que os parece—les dijo Pro.
—Está bastante bien—dijo Mercé.
—Excepto
las flechas—dijo Aleix,—bloquean el movimiento, ¿podéis hacer
algo?
En
ese momento, el artilugio del brazo de Aleix empezó a encogerse
hasta ser solo un brazalete negro en su muñeca con las cuatro saetas
midiendo solo trece milímetros.
Continuará.
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