Los
dos amigos empezaron a caminar por las cavernas del Tártaro, siendo
guiados por los Pro38.
—Una
pregunta—empezó Mercé,—si el Tártaro es el Infierno, ¿por qué
estamos aquí?, se supone que los seres de carne no pueden entrar
hasta haber muerto.
—Hay
quien cree que el Tártaro es lo que hay antes del Infierno—empezó
Aleix,—uno de los dos únicos lugares donde la gente viva puede
entrar. Solo que nadie vivo suele venir aquí por el canguelo.
—Que
Inri nos proteja—dijo Mercé.
—Ahora
mismo lamento no llevar crucifijo—dijo Aleix,—nos podrían haber
puesto uno.
—Marchando—dijo
Pro.
Mientras
Aleix y Mercé notaban como los crucifijos se formaban en sus
cuellos, seguían caminando. Bajaron por varios pasillos, subieron
escaleras hasta que encontraron un lugar siniestro, demasiado.
Era una sala redonda,
con algo que parecía una mesa circular. Esa mesa contenía un espejo
encima que mostraba diferentes puntos del espacio. Se veían las
constelaciones: Hércules, la osa mayor, Orión, etc. Pero en un
momento, se situó justo en una, la cual explotó en ese momento
convirtiéndose en una supernova. En es momento, una luz empezó a
bajar de forma horizontal por la pared circular. Se dirigía a un
agujero, pero Aleix la cogió a tiempo y se quedó observándola.
—¿Qué
es?—preguntó él.
—Soy
el alma de una estrella muerta, por mi fin viajo a un lugar
inalcanzable para el ser humano, un lugar donde mi luz no se volverá
a ver.
—¿De
verdad quieres ir?
—No,
pero no tengo remedio.
—Puedes
acompañarnos, si quieres.
—Me
encantaría—dijo la estrella con tono alegre,—por favor, llamadme
Estel.
Mercé
en ese momento se apoyó en una pared. De repente se abrió mostrando
una gran serie de armas que parecían dagas de hoja serpentina. Aleix
dejó ir a Estel, ésta se quedó dando vueltas sobre él. Aleix fue
a coger una daga, pero Mercé le paró.
—Espera—dijo
ella,—y si te pasa algo.
—Quien
no arriesga no gana—dijo Aleix cogiendo una.
—Yo
no cogeré ninguna—dijo Mercé.
—Pro,
averigua que hace—dijo Aleix.
Aleix
se guardó la daga y salió por la puerta. Mercé le siguió.
Estuvieron caminando durante horas, dirigiéndose al punto marcado.
Pero
no estaban solos. Cerca de las dos horas de trayecto, unos seres
humanoides sin piernas se les aparecieron, seres hechos de humo negro
y varios fragmentos que circulaban aleatoriamente por ese humo,
fragmentos que parecían 0s y 1s.
Aleix
vio las intenciones de los visitantes y empezó a destrozarle a cada
uno que se le acercaba su cabeza. Mercé vio que se le acercaba uno,
así que se protegió con la tonfa, acto seguido le apuñaló con su
cuchillo y le degolló la cabeza. Aleix vio un grupo de esos bichos a
lo lejos, así que, mientras apuntaba con el dispositivo de las
saetas de su brazo izquierdo, pensó en el color naranja.
La
saeta naranja se ilumino y dejó aparecer una flecha del mismo color
que se dirigió hacia ese grupo. Cuando impactó, dejó salir una
explosión.
—Ya
sé que hace la naranja—se dijo Aleix.
Un
monstruo se acercó a Mercé y ella contraatacó con la tonfa, pero
el bicho se la quitó. Mercé se defendió disparando una bola de
plasma de su arma con forma de bumerán. Justo en ese momento, otro
de los monstruos cogió a Mercé por las espaldas. Aleix lo vio y le
apuntó con las saetas. Disparó una flecha áurea que iba a la
velocidad de la luz y atravesó el cráneo del ser de humo.
—Aleix—empezó
Pro,—por el momento sabemos que si el rubí de la empuñadura
recibe algo de calor, sacará una hoja de espada o de sable, según
la personalidad del portador.
En
ese momento Aleix le dio el bate a su amiga, cogió la daga como si
fuera un puñal y empezó a frotar ese rubí con el pulgar. Al acto,
salieron unas llamas de colores áureos y rojizos formando un sable.
En
ese momento, tanto Aleix como Mercé no pararon de atacar, cortando a
sus enemigos por la mitad o destrozándoles el cráneo. Al terminar
con el último, Aleix dijo:
—Vendrán
más, tendremos que acelerar el ritmo.
Ambos
empezaron a correr, siguiendo las instrucciones de los Pro38. Se
pasaron gran parte del tiempo corriendo sin parar, evitando los
obstáculos tanto como podían. Siguieron corriendo hasta llegar al
punto marcado.
El
punto era algo extraño, parecía un punto de verdad de color negro
en medio de todas esas cuevas.
—¿Y
ya está?—preguntó Mercé.
—Me
esperaba más—dijo Aleix.
En
ese momento empezaron a oír unos ruidos por todas partes.
—Vienen
más bichos—afirmó Aleix.
En
ese momento Mercé probo una alternativa: tocar el punto. Cuando lo
hizo, despareció, no solo del lugar, sino de las pantallas de la
central de los Pro38. Aleix empezó a dudar, no sabía si quedarse o
seguirla, no estaba seguro de seguir con vida después de tocar el
punto.
Pasados
unos instantes, cuando oía los ruidos más cerca, tocó el punto, y
también desapareció.
Continuará.
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