Había
pasado un mes, eran fechas de año nuevo cuando Sufvil y su padre
estaban dando órdenes para terminar las reparaciones de los daños
del mes pasado.
Por
suerte, un mes antes, cuando todos los presos se escaparon de las
mazmorras del castillo, pudieron devolverlos a todos. Bueno, todos
salvo tres.
Rey
y príncipe seguían dando su órdenes cuando un guarda real se
acerca para susurrarle algo al rey. Al terminar, éste se larga.
—Al
parecer tenías razón, hijo—empezó el rey.
—¿Sobre
qué?
—Hace
un mes que tu viejo amigo fue arrestado, pero cuando huyó con los
otros dos, pues al parecer eran socios.
—La
fuga ya estaba planeada.
—Acaban
de informarme de que los tres llevan tiempo en una ciudad humana, una
que al parecer la han dedicado a los ángeles por el nombre que
tiene. Han habido actos que solo un apiro puede hacer en las ultimas
semanas. Al parecer se dedican a cazar recompensas por pequeños
trabajos, creo que los humanos lo llaman “mercenarios”.
—Contactaré
con esa ciudad de ángeles, seguro que pueden ayudarnos.
—No
hijo, no es una ciudad de ángeles, sino humanos, aunque el nombre no
lo parezca.
—Entonces
mandaré una patrulla.
—Tampoco
hijo, tú irás. No podrán verte como mi sucesor si no demuestras tu
valía.
—Pero
yo debo quedarme con mi pueblo, con mi mujer que está a un mes de
parto.
—Para
ti será prender y quemar, hijo mío. Convénceles de una rendición
y si no, deberás matarlos, a los tres.
—Esta
bien padre.
—Sufvil,
una cosa más, si no se dejan convencer, acaba con la llama de su
vida.
—Entendido
padre.
En
ese momento, Sufvil se fue volando de la ciudad, mientras se iba,
Firena llegó al rey.
—Su
majestad...
—Hija
mía, deberías estar en tus aposentos—le contestó el rey.
—Lo
sé, pero he oído la conversación. ¿Cree que mi esposo será capaz
de terminar con ellos?
—No,
pero deberá hacerlo.
*
* *
Unas
horas más tarde, Sufvil estaba sobrevolando el Océano Pacífico en
dirección nordeste. Desde su altura veía como las ballenas y os
delfines saltaban sobre sus aguas, como los barcos llenos de humanos
viajaban a diferentes puntos de la Tierra.
Al
fin llegó a la ciudad de Los Ángeles, la cual estaba iluminada
dentro de las tinieblas de esa noche gélida. Aunque decidió seguir y aterrizar en un lugar bastante inhabitado, a inicios del desierto del Mohabe.
Cuando
quedó de pie, empezó a dirigirse corriendo como un humano hacia la
ciudad, atravesando la montaña que tenía en frente de sí.
Continuará.
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