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Pestañas (Basta con pasar el ratón)

viernes, 3 de febrero de 2017

2-Yo soy el príncipe.

Había pasado un mes, eran fechas de año nuevo cuando Sufvil y su padre estaban dando órdenes para terminar las reparaciones de los daños del mes pasado.
Por suerte, un mes antes, cuando todos los presos se escaparon de las mazmorras del castillo, pudieron devolverlos a todos. Bueno, todos salvo tres.
Rey y príncipe seguían dando su órdenes cuando un guarda real se acerca para susurrarle algo al rey. Al terminar, éste se larga.
—Al parecer tenías razón, hijo—empezó el rey.
—¿Sobre qué?
—Hace un mes que tu viejo amigo fue arrestado, pero cuando huyó con los otros dos, pues al parecer eran socios.
—La fuga ya estaba planeada.
—Acaban de informarme de que los tres llevan tiempo en una ciudad humana, una que al parecer la han dedicado a los ángeles por el nombre que tiene. Han habido actos que solo un apiro puede hacer en las ultimas semanas. Al parecer se dedican a cazar recompensas por pequeños trabajos, creo que los humanos lo llaman “mercenarios”.
—Contactaré con esa ciudad de ángeles, seguro que pueden ayudarnos.
—No hijo, no es una ciudad de ángeles, sino humanos, aunque el nombre no lo parezca.
—Entonces mandaré una patrulla.
—Tampoco hijo, tú irás. No podrán verte como mi sucesor si no demuestras tu valía.
—Pero yo debo quedarme con mi pueblo, con mi mujer que está a un mes de parto.
—Para ti será prender y quemar, hijo mío. Convénceles de una rendición y si no, deberás matarlos, a los tres.
—Esta bien padre.
—Sufvil, una cosa más, si no se dejan convencer, acaba con la llama de su vida.
—Entendido padre.
En ese momento, Sufvil se fue volando de la ciudad, mientras se iba, Firena llegó al rey.
—Su majestad...
—Hija mía, deberías estar en tus aposentos—le contestó el rey.
—Lo sé, pero he oído la conversación. ¿Cree que mi esposo será capaz de terminar con ellos?
—No, pero deberá hacerlo.

* * *

Unas horas más tarde, Sufvil estaba sobrevolando el Océano Pacífico en dirección nordeste. Desde su altura veía como las ballenas y os delfines saltaban sobre sus aguas, como los barcos llenos de humanos viajaban a diferentes puntos de la Tierra.
Al fin llegó a la ciudad de Los Ángeles, la cual estaba iluminada dentro de las tinieblas de esa noche gélida. Aunque decidió seguir y aterrizar en un lugar bastante inhabitado, a inicios del desierto del Mohabe.
Cuando quedó de pie, empezó a dirigirse corriendo como un humano hacia la ciudad, atravesando la montaña que tenía en frente de sí.

Continuará.

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