Era una mañana de
diciembre del año dos mil catorce, cuando un grupo de personas,
que parecían guardias, llevaban a un preso hacia un volcán de
Hawai, cuyo nombre no se debe recordar.
El convoy entró en el
volcán y se metió en la lava como si fuera una piscina pública. En
el momento anterior al impacto, un aura llameante rodeó a cada uno
de los individuos.
Poco a poco, cada
miembro fue sumergiéndose dentro del lava, bajando por las chimeneas
volcánicas hasta llegar a la cámara magmática. Una vez allí se
dirigieron a una chimenea secundaria que los condujo a una especie de
caverna dentro del manto terrestre.
Esa caverna era tan
grande como una provincia. Al salir todos de la lava, fueron llevando
al preso a la ciudad, más cercana de la laguna de lava por la que
salieron. En las puertas de la ciudad, un hombre que aparentaba
treinta años les esperaba, ese hombre iba solo con unos pantalones
con unos tirantes unas y sandalias y llevaba envainada una saeta
hecha de fuego puro.
—Vaya,
vaya—empezó a decir el preso al ver el hombre,—pero si es el
principito.
—Soy
Sufvil, el príncipe de los apiros, no el principito—le contestó.
Los
apiros son una raza hecha de fuego puro, suele aparentar formas
humanoides para poder pasar desapercibidos entre la humanidad. Ellos,
a parte de dominar la piroquinesis, envejecen tres veces más rápido
que un humano, pero viven el doble de tiempo.
—Lo
que tú digas.
En
ese momento, Sufvil empezó a decir unas palabras:
—Cíniri
Lávica, hijo de Cinza Lávica y su esposa Tefra, se te acusa de los
más altos crímenes contra la humanidad, poniendo más en riesgo la
raza de los apiros, los tuyos. ¿Cómo se declara el acusado?
—¿Crímenes?,
no—empezó a contestar Cíniri,—pero ahora,¿actos?, sí, me
enorgullezco de todo acto de lo que he hecho en mi vida—en ese
momento se enfadó y prosiguió,—excepto de lo que tú ya sabes.
Sufvil
le devolvió el enfado.
—Cíniri
Lávica, serás llevado a las mazmorras del castillo, mañana, el rey
en persona te juzgará y se decidirá tu destino entre la muerte, la
esclavitud o la retención—dicho esto, ordenó a los
guardas,—llevároslo.
—No
duraré nada en esas mazmorras.
—Lo
sé, han puesto precio a tu cabeza.
Los
guardas obedecieron y de inmediato se lo llevaron al castillo. Por lo
contrario. Sufvil se dirigió a una de las casas de la ciudad. Llamó
a la puerta y de inmediato un anciano con báculo.
—Pero
si es el joven Sufvil, pasa hijo.
—Gracias
maestro Ash.
Mientras
Sufvil entraba y se sentaba en una silla, el maestro Ash empezó a
preguntar.
—¿Y
cómo va todo? Hace tiempo que no nos veíamos.
—He
estado ocupado maestro.
—Ya
lo sé, por algo eres el príncipe y mi futuro rey. Me siento
orgulloso de lo que te has convertido.
Sufvil
se detuvo un momento y comentó.
—Traigo
noticias sobre Cíniri.
—Al
fin lo has capturado.
—Me
hubiera gustado hacerlo, me hubiese asegurado de que no le hubieran
hecho daño.
—Sufvil,
cuando ambos terminasteis los estudios hace cuatro años, él no se
vio capaz de nada mejor que criminar, des de ese momento que tuviste
que tener claro que vuestra amistad se había terminado.
—Ya
pero...
—Sigues
viendo en el al niño que conociste a los tres años de edad.
—No
sé que voy a hacer, tengo diez años y...
—¿Crees
que te recordarán como el rey que fue amigo de un criminal?, pero
no.
—¿Cómo
está seguro?
—Esa
saeta que llevas colgando es capaz de sabe Dios qué. Lo que te
enseñó tu padre sobre ella es la mezcla de lo que le enseñaron a
él más lo que él descubrió. Tú puedes descubrir mucho más y te
recordaran por ello, porque al descubrir algo de ese arma es como
cargar con un mundo entero, igual de difícil. Y ahora, será mejor
que vuelvas al castillo, tu familia debe estár esperándote.
En
ese momento, Sufvil se despidió de su maestro y se fue volando al
castillo. Al llegar, se fue volando a uno de los torreones, aterrizó
y entró. Bajó por las escaleras hasta llegar sus aposentos, en los
que habitaba con su esposa Firena.
Al
entrar, la encontró sentada en el pupitre leyendo.
—Hola
mi llama—le saludo cariñosamente Sufvil.
“Mi
llama” es el termino amoroso que tienen los apiros machos con las
hembras, algo que en lo humano equivale a un “cariño” o “cielo”.
—Hola
mi amor, ya me han comentado lo de Cíniri, ¿cómo te encuentras?
—Mejor.
He hablado con el maestro Ash, te manda recuerdos. Y le hado los
tuyos.
—Gracias.
—Cómo
va el bebé.
—Llevo
solo un mes de embarazo.
—Ya,
pero nos quedan dos para decidir el nombre—dijo Sufvil mientras se
tumbaba en la cama.
—He
pensado que Heráclito suena bien—comentó Firena mientras se
quitaba las joyas y las dejaba en el joyero.
—Suena
bien pero, ¿por qué?
Firena
se metió en la cama con su marido, apoyó su cabeza en el hombro de
él y empezó a explicar.
—En
la humanidad, habían unos seres llamados filósofos que buscaban el
origen de la creación con su mente, o eso he entendido. Hubo uno de
ellos que pensó que todo salía del fuego.
—Un
detalle por su parte, pero me parece una gilipollez, ¿no pensó en
el agua, la tierra, el aire y la oscuridad u otros elementos?
En
ese momento se produjo un temblor y empezaron a haber gritos. Sufvil
saltó de la cama y fue a la ventana.
—¿Que
sucede?—le preguntó Firena.
—Todos
los presos se escapan.
En
ese momento, Sufvil desenvainó la Saeta y saltó por la ventana.
Continuará.